Tras siglos de cría selectiva para achatar su nariz, reducir su estatura y engordar su musculatura, la genética del bulldog inglés se ha vuelto tan endogámica que apenas deja espacio para la diversidad. Los científicos ponen en duda que, a estas alturas, se le pueda devolver la salud.
El bulldog inglés es una de las razas de perro más populares del mundo, pero también una de las más enfermas. Su esperanza de vida es de 8 años, aunque los que sufren problemas de salud no suelen vivir más de 5 o 6. Sus visitas al veterinario están motivadas por problemas respiratorios, displasia de cadera, cáncer, furúnculos interdigitales (quistes que se forman entre los dedos), alergias y ojos de cereza (un prolapso en el interior del párpado). Sus característicos pliegues en la cara los hacen susceptibles a las infecciones y las cavidades nasales anormalmente pequeñas hacen que sufran golpes de calor o hipertermia. De sus problemas respiratorios derivan también las dificultades digestivas y la apnea del sueño.
Estas enfermedades son el resultado de cientos de años de selección artificial a partir de una base genética muy pequeña, de tan solo 68 individuos. El bulldog original era un animal agresivo de aspecto variado que los criadores del siglo XVII seleccionaban en función de su temperamento para participar en los espectáculos de hostigamiento de toros. Este tipo de apuestas fueron prohibidas en 1835 y el bulldog acabó convirtiéndose en un perro manso, de aspecto llamativo y orientado a las exposiciones de belleza. Pero la selección de rasgos físicos específicos, a veces extremos, fue deteriorando la salud de la raza y reduciendo su diversidad genética.
Y ahora estamos en un punto de no retorno, según un nuevo estudio publicado por la revista Canine Genetics and Epidemiology. Los investigadores de la Universidad de California analizaron la constitución genética de 102 bulldogs y la compararon con la de otros 37 bulldogs que sufrían problemas serios de salud. El estudio ha puesto en evidencia que la falta de plasticidad en el genoma del bulldog inglés hace muy difícil —si no imposible— revertir sus problemas de salud mediante nuevas manipulaciones genéticas. “Hemos encontrado que queda poco margen de maniobra para hacer cambios genéticos adicionales en la raza”, dice Niels Pedersen, autor principal del estudio. En otras palabras, no existe diversidad suficiente dentro de la raza para introducir cambios morfológicos que mejoren la salud de los futuros bulldogs, aunque intentemos eliminar las mutaciones problemáticas.
La solución pasa por olvidarnos del bulldog inglés de pura raza y mezclarlo con otros perros para establecer nuevos linajes. Algunos criadores suizos han comenzado a cruzarlo con el Olde English Bulldogge, un raza reciente derivada del bulldog inglés y el bulldog americano. Pedersen se muestra escéptico con el experimento por la cercanía de las razas, y comenta que debemos olvidarnos del aspecto del perro para poder mejorar su salud. Mientras tanto estaremos poniendo la popularidad del bulldog inglés por delante de su calidad de vida.
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